CUANDO
LAS SEMILLAS ERAN DE LA TIERRA
Crónica teatral
Crónica teatral
Por José Carlos Vinasco gamboa
En el teatro del centro cultural de Pereira Lucy Tejada en Ciudad Victoria, se presentó el grupo de teatro FUNCAD, con la dirección de Alonso Marulanda con la obra del escritor Caldense Rafael Arango Villegas, Asistencia y camas, adaptada a la vida vecinal y urbana de Pereira durante la primera mitad del siglo XX. La obra busca plasmar el mundo rural de una época en que todo parecía abundar y estar al alcance de la mano como en aquellos viejos y dorados tiempos que rememoraba Don Quijote en su prédica ante los pastores.
Rafael Arango Villegas,
novelista y cronista de la vida popular y campesina del viejo Caldas es
representado ante un nutrido público presente en la sala. El medio rural y urbano aparecen en escena,
la fonda, el parque de Bolívar y la galería de la ciudad, lugares donde la trama de la obra se desenvuelve alrededor
de una mujer que representa la campesina de nuestras veredas y su vida ligada a
las formas propias de la producción y la distribución de los frutos de su
trabajo. Los personajes emergen del público y van
poblando el escenario, va apareciendo el mercado campesino que nos evoca
imágenes de las obras de Dickens, siempre tan populares y llenas de color, como
estampas de un tiempo perdido, esas relaciones resultantes de las formas de producción
y del trabajo, del intercambio propio de la vida social, crea una atmósfera
idílica donde tienen lugar las situaciones que envuelven la trama alrededor de
la vida de Petra, la protagonista de la obra. Era la época en que las semillas
pertenecían a la tierra. La historia,
decía Marx, suele repetirse, la primera vez como tragedia, la segunda como
farsa. La antigua galería de Pereira desapareció para dar lugar a los edificios
que hoy configuran la ciudad. La obra
que se representa es un eco lejano de las voces fantasmales de aquellos hombres
y mujeres que se reunían a intercambiar los productos fruto de su trabajo, y a
conversar acerca de sus penas y sus duras jornadas. Aquí donde estuvo la
antigua galería y donde se levantan estas moles existe un mundo ya perdido para
las generaciones actuales, un mundo cuya memoria se quiere borrar, porque el
mundo rural para la Pereira actual parece anacrónico e indigno. Ese mundo debía
ser destruido, y lo fue efectivamente, a sangre y fuego, por una burguesía que
se apoderó, poco a poco, pero a mansalva y sobre seguro, de los terrenos más
importantes a efecto de realizar sus inversiones y abrirle camino al libre
mercado. Ese mundo idílico de Rafael Arango Villegas, con toda su crítica
costumbrista, llena de humor y saturada de vida rural no tenía cabida en la
mentalidad de la arribista clase burguesa de la ciudad quien se dedicaba a
capturar todos los espacios para ponerlos a su servicio, desde lo público a lo
privado, desde lo real a lo irreal. La obra nos rememora todo lo que fue
aquella vida, con sus dolores, angustias, penas y sufrimientos, alegrías y
satisfacciones, amores y desamores cotidianos, la pelea callejera, los gritos,
las risas y los afectos del día con sus besos y sus abrazos; en el mercado, en
la descripción de la cultura alimentaria, y de ahí a la escena del parque que
nos recuerda la infancia ya ida, donde los niños jugaban, se retrataban con la familia y degustaban los dulces de algodón
que los vendedores ambulantes ofrecían al público. Todos estos personajes
llegan a la escena como recién salidos
de la vereda, hablan como campesinos y se expresan como ellos, en su lenguaje,
en su discurso, en sus manifestaciones elementales. Y esto es lo que gusta al
público. Los ancestros rurales están vivos, almacenados en la memoria, bullen
en el interior de cada uno, por eso el público goza y se identifica con los
personajes, porque los de propios, porque lo siente como parte de una historia
que aún no ha culminado. El tinto, la fonda, el pandequeso, subyace en el
inconsciente colectivo, en el imaginario que es realidad viva de la historia
popular y de la vida cotidiana de las mayorías. El público ha visto en el
pasado su presente, en medio de la multitud están sus abuelos, los que
lucharon, los que hicieron historia. La obra se presenta además en el contexto de
un paro agrario de carácter nacional, lo que significa que los problemas del
campo están allí tan vivos como nunca, tan irresolubles como siempre y tan
presentes como la lucha misma. En la obra están los ecos de un mundo idílico, de
una vida añorada, afuera están los gritos de protesta que emanan de la realidad
que se hace cada vez más insoportable, que trae los problemas del pasado, que
tiene las heridas de la desaparición de un mundo a sangre y fuego y que no cesa
de herir al presente con la sangre derramada. El teatro cumple su función, el
público llena por completo toda la sala, esto significa que hay público para el
teatro y que hay teatro para el público.,
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