sábado, 1 de marzo de 2014

CUANDO LAS SEMILLAS ERAN DE LA TIERRA



CUANDO LAS SEMILLAS ERAN DE LA TIERRA

Crónica teatral

Por José Carlos Vinasco gamboa

En el teatro del centro cultural de Pereira Lucy Tejada en Ciudad Victoria, se presentó el grupo de teatro FUNCAD, con la dirección de Alonso Marulanda con la obra del escritor Caldense Rafael Arango Villegas, Asistencia y camas, adaptada a la vida vecinal y urbana de Pereira durante la primera mitad del siglo XX. La obra busca plasmar el mundo rural de una época en que todo parecía abundar y estar al alcance de la mano como en aquellos viejos y dorados tiempos que rememoraba Don Quijote en su prédica ante los pastores.
Rafael Arango Villegas, novelista y cronista de la vida popular y campesina del viejo Caldas es representado ante un nutrido público presente en la sala.  El medio rural y urbano aparecen en escena, la fonda, el parque de Bolívar y la galería de la ciudad, lugares donde  la trama de la obra se desenvuelve alrededor de una mujer que representa la campesina de nuestras veredas y su vida ligada a las formas propias de la producción y la distribución de los frutos de su trabajo.   Los personajes emergen del público y van poblando el escenario, va apareciendo el mercado campesino que nos evoca imágenes de las obras de Dickens, siempre tan populares y llenas de color, como estampas de un tiempo perdido, esas relaciones resultantes de las formas de producción y del trabajo, del intercambio propio de la vida social, crea una atmósfera idílica donde tienen lugar las situaciones que envuelven la trama alrededor de la vida de Petra, la protagonista de la obra. Era la época en que las semillas pertenecían a la tierra.  La historia, decía Marx, suele repetirse, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. La antigua galería de Pereira desapareció para dar lugar a los edificios que hoy configuran la ciudad.  La obra que se representa es un eco lejano de las voces fantasmales de aquellos hombres y mujeres que se reunían a intercambiar los productos fruto de su trabajo, y a conversar acerca de sus penas y sus duras jornadas. Aquí donde estuvo la antigua galería y donde se levantan estas moles existe un mundo ya perdido para las generaciones actuales, un mundo cuya memoria se quiere borrar, porque el mundo rural para la Pereira actual parece anacrónico e indigno. Ese mundo debía ser destruido, y lo fue efectivamente, a sangre y fuego, por una burguesía que se apoderó, poco a poco, pero a mansalva y sobre seguro, de los terrenos más importantes a efecto de realizar sus inversiones y abrirle camino al libre mercado. Ese mundo idílico de Rafael Arango Villegas, con toda su crítica costumbrista, llena de humor y saturada de vida rural no tenía cabida en la mentalidad de la arribista clase burguesa de la ciudad quien se dedicaba a capturar todos los espacios para ponerlos a su servicio, desde lo público a lo privado, desde lo real a lo irreal. La obra nos rememora todo lo que fue aquella vida, con sus dolores, angustias, penas y sufrimientos, alegrías y satisfacciones, amores y desamores cotidianos, la pelea callejera, los gritos, las risas y los afectos del día con sus besos y sus abrazos; en el mercado, en la descripción de la cultura alimentaria, y de ahí a la escena del parque que nos recuerda la infancia ya ida, donde los niños jugaban, se retrataban con  la familia y degustaban los dulces de algodón que los vendedores ambulantes ofrecían al público. Todos estos personajes llegan a la escena como recién  salidos de la vereda, hablan como campesinos y se expresan como ellos, en su lenguaje, en su discurso, en sus manifestaciones elementales. Y esto es lo que gusta al público. Los ancestros rurales están vivos, almacenados en la memoria, bullen en el interior de cada uno, por eso el público goza y se identifica con los personajes, porque los de propios, porque lo siente como parte de una historia que aún no ha culminado. El tinto, la fonda, el pandequeso, subyace en el inconsciente colectivo, en el imaginario que es realidad viva de la historia popular y de la vida cotidiana de las mayorías. El público ha visto en el pasado su presente, en medio de la multitud están sus abuelos, los que lucharon, los que hicieron historia. La obra se presenta además en el contexto de un paro agrario de carácter nacional, lo que significa que los problemas del campo están allí tan vivos como nunca, tan irresolubles como siempre y tan presentes como la lucha misma. En la obra están los ecos de un mundo idílico, de una vida añorada, afuera están los gritos de protesta que emanan de la realidad que se hace cada vez más insoportable, que trae los problemas del pasado, que tiene las heridas de la desaparición de un mundo a sangre y fuego y que no cesa de herir al presente con la sangre derramada. El teatro cumple su función, el público llena por completo toda la sala, esto significa que hay público para el teatro y que hay teatro para el público.,


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